En mis tiempos había tiempo. Recuerdo bien que por ejemplo la higuera derramaba esparcimiento y una rosa nos durabamucho más que cualquier empleo. Por otra parte las siestas se pedían prestadas a la muerte.
Quizás el tiempo era como las frutas, se regalaba a los vecinos después de verlo madurar. Se compartía en las veredas, entre abanicos y señoresde sosegada camiseta, mientras parsimoniosamente iban escobas y venían amontonándolo como importante. Y la eternidad, sentadita en su silla de paja, porque sí.
Es que era siempre tan temprano y tan segura la abundancia, la inundación de treguas oportunas, que se guardaba el tiempo en los sombreros y un día se lo derrochaba todo en un solo saludo, saludando.
Uno viajaba en libro a todas partesy visitaba diferentes ocios: el de al lado, el de enfrente, el de las tías. No se había inventado el maleficio de la prisa, no.De ninguna manera. Los espejos esperaban de sobra que uno peinara su pausado pelo, que uno se terminara de encontrar.
El tiempo era un perfume y no venía nadie a medirlo ni guardarlo en cajas. Los trenes todo lo que hacían era aludirlo en los horarios.
Se podía llorar a gusto porque eran lentos los rincones, o quizás porque había aún macetas donde depositar una lágrima sin que las flores se opusieran. 0 porque la llovizna hablaba en un idioma sin resentimiento.
Todos usaban tiempo y lo perdíamos, cómplices de su lujosa concurrencia, y hasta el hastío era un modo de ser de los balcones que enternecía delicadamente.
Creo que todavía queda un poco de tiempo verdadero, pero lejos. Pero muy lejos, en algunos patios, refugiado en aljibes.
Se queda todavía en niños solos que reinan sobre umbrales y en la lustrada majestad del gato. Supongo, ya no sé, nada sabemos.
Tiempo sin ser castigo. Yo llegué a conocerlo: está enterrado en lo más vivo de mi corazón.
Después vinieron los Relojes.
Quizás el tiempo era como las frutas, se regalaba a los vecinos después de verlo madurar. Se compartía en las veredas, entre abanicos y señoresde sosegada camiseta, mientras parsimoniosamente iban escobas y venían amontonándolo como importante. Y la eternidad, sentadita en su silla de paja, porque sí.
Es que era siempre tan temprano y tan segura la abundancia, la inundación de treguas oportunas, que se guardaba el tiempo en los sombreros y un día se lo derrochaba todo en un solo saludo, saludando.
Uno viajaba en libro a todas partesy visitaba diferentes ocios: el de al lado, el de enfrente, el de las tías. No se había inventado el maleficio de la prisa, no.De ninguna manera. Los espejos esperaban de sobra que uno peinara su pausado pelo, que uno se terminara de encontrar.
El tiempo era un perfume y no venía nadie a medirlo ni guardarlo en cajas. Los trenes todo lo que hacían era aludirlo en los horarios.
Se podía llorar a gusto porque eran lentos los rincones, o quizás porque había aún macetas donde depositar una lágrima sin que las flores se opusieran. 0 porque la llovizna hablaba en un idioma sin resentimiento.
Todos usaban tiempo y lo perdíamos, cómplices de su lujosa concurrencia, y hasta el hastío era un modo de ser de los balcones que enternecía delicadamente.
Creo que todavía queda un poco de tiempo verdadero, pero lejos. Pero muy lejos, en algunos patios, refugiado en aljibes.
Se queda todavía en niños solos que reinan sobre umbrales y en la lustrada majestad del gato. Supongo, ya no sé, nada sabemos.
Tiempo sin ser castigo. Yo llegué a conocerlo: está enterrado en lo más vivo de mi corazón.
Después vinieron los Relojes.
M.E.W
1 comentario:
Estoy redescubriendo a maria elena walsh, llegando un poco más lejos de las canciones que escuchaba en epocas de cassette. Me gusta y tmb me gusta la onda de este blog, saludos!
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