¿Puede la tecnología recrear la totalidad de los canales que conforman una comunicación? ¿Puede hablarse de comunicación mediante tecnologías multimedia? ¿Equiparará la virtualidad a la realidad? ¿No era (la comunicación) una comunión entre subjetividades?
Interrogantes tales acuden a mi mente tras leer a Jean Baudrillard y recordar las críticas de Hubert Dreyfus -quien retoma la postura de de Merlau-Ponty- acerca de una potencial eficacia de los medios tecnológicos en recrear una escena comunicacional.
A través de sus cavilaciones, René Descartes llegó a ponderar tanto la mente que consideró al cuerpo como algo contingente, prescindible. Todo vínculo que obtenemos, decía Descartes, se produce a través de la mente. Más precisamente, mediante la duda metódica.
En cambio, Merlau-Ponty habla de una experiencia óptima del mundo, por la cual necesitamos el cuerpo para obtener una buena percepción de la realidad. A través del cuerpo, sostiene Ponty, nos movemos y adaptamos -como haría un microscopio- hasta lograr una óptima visión del exterior.
Desde mi punto de vista, el ciberespacio puede tornarse un lugar frío y desolador. Así de sombrías pueden resultar las salas de chat, repletas de usuarios solitarios, en busca de algo indefinido, impreciso.
No obstante, las nuevas posibilidades que brindan los medios electrónicos, como Internet, el e-mail, el blog y los diarios digitales, son definitivamente útiles; tampoco hay que dejarse llevar por el discurso apocalíptico tecnófobo.
Pero definitivamente la sobre información de texto, imágenes, sonidos y videos provoca vértigo. La sobre abundancia constituye un nuevo tipo de ausencia.
Pero ¿Cuáles serán las consecuencias de este continuo y forzado retiramiento de las personas a sus cubículos personales para encontrarse con el otro?
Dos ideas finales, relacionadas a lo que indica Baudrillard, para ampliar un posible debate.
Al encuadre de una cámara siempre le faltará paisaje por retratar.
Lo que gana en precisión el zoom, lo pierde en cobertura.