lunes

Un día como fiscal partidario

Suena 6.25 el reloj despertador. El remís llega a casa 7.15. Tengo que estar a las 7.30 en Zorroaquín y De Pratti, una ignota esquina del barrio bonaerense de Villa Martelli.

Llegamos a horario, luego de haber consultado junto al remisero la guía Filcar en más de una oportunidad.

Me encuentro con mi fiscal general, un hombre afable, de mediana estatura, cabello gris y ojos agrandados por los lentes de sus anteojos. Me guía hacia mi mesa, la “182”, en donde deberé quedarme durante toda la jornada.

Ni el presidente de mesa ni el suplente habían llegado. Sólo rondaban a esas horas los fiscales generales de los principales partidos políticos, la gente del correo -quien se encarga de trasladar las urnas hacia los colegios y llevarlas una vez terminada la votación- y un par de jóvenes militares, vestidos de verde, cargando sus reglamentarias ametralladoras.

Luego pensaría cuáles serían las órdenes que aquellos jóvenes militares habían recibido especialmente para el día de los comicios. Si sus superiores llegaron a impartirles órdenes para que, dada determinada situación, comenzaran a ametrallar obedientemente a los votantes, por ejemplo.

Espero unos minutos. Llega el presidente, luego el suplente. Comienzan a investigar la bolsa reglamentaria que les dio el correo. Investigan la urna. Todo parece ser complicado. El padrón original no aparece. El presidente se fija en el instructivo qué es lo que debe hacer. Pero lentamente, todo va tomando lugar.

Una vez depositadas las boletas en las mesas del cuarto oscuro, cerrada la urna con la faja de seguridad, se da por comenzada la jornada de votación en la “182”. Creo que empezamos a horario, a las ocho de la mañana.

Ya existe una fila de aproximadamente ocho personas esperando por votar. Algunos son conductores de ambulancias, que deben votar rápido ya que se encuentran trabajando.

Pasan las primeras horas de la mañana. Algunos fiscales generales se apiadan de nosotros y nos convidan con café y medialunas. Yo acepto amablemente facturas de parte de una fiscal general de otro partido político.

Tengo sueño. A causa de los nervios de haberme propuesto como fiscal partidario me costó conciliar el sueño la noche anterior. A dicha realidad se suma el temprano horario en el cual me tuve que despertar.

Llega el mediodía. Aparece el hambre. Comienzo a demandarle comida a mi fiscal general. Él me dice que está llegando. Un fiscal me convida medio sándwich de milanesa. Más tarde, llega mi almuerzo.

Varias personas asisten a votar con un barbijo, atemorizadas por la famosa gripe porcina. Algunos se tapan la boca con sus bufandas. El temor al contagio es mayor en la planta baja, en donde votan las mujeres. Por momentos entro en la paranoia general y me pregunto a mí si siento los síntomas de dicha enfermedad pero pronto me contesto que no, que sólo tengo bastante sueño por no haber dormido lo suficiente la noche anterior.

La fiscalización en sí es fácil. La primera etapa consta de tildar con una cruz los ciudadanos que votan.

Sólo anulamos los votos de tres votantes, los cuales habían traído como DNI un pedazo de papel insignificante, parecido a papiros pasados por agua.

El total de votantes de nuestra lista, conformada por apellidos que empezaban con la letra “R”, es de 350. Concurrieron a votar unos 264 votantes. Faltaron aproximadamente 90. Luego me enteré que la concurrencia de votantes mujeres fue mayor.

Llegan las últimas horas. El cansancio es un poco mayor pero también lo es la felicidad de la proximidad del fin de la votación. Votamos nosotros, los fiscales.

Llegan los últimos votantes. Se cierra el colegio para el escrutinio de los votos. Aplaudimos por el final de la votación.

Nuevamente, el presidente de mesa comienza a investigar cómo debe proceder. Contabilizamos cuántos ciudadanos del total de nuestro padrón votaron. Pasamos el presidente de mesa, el suplente y los fiscales al cuarto oscuro. Allí, abrimos la urna, depositamos los sobres en pilas de diez unidades y los contamos. Comprobamos que existe un sobre menos de la cifra de la suma de los votantes. Lo contabilizamos como una diferencia. Pero más tarde no computaríamos dicha diferencia.

Comenzamos a dibujar en el pizarrón una réplica del acta de escrutinio, en la cual computaríamos los votos. Me surgen ganas de fotografiar dicho momento. Pero no tengo cámara y no pienso preguntar si alguien quiere fotografiar aquello. Comenzamos a abrir los sobres y a depositarlos sobre una mesa. Algunos sobres se anulan ya que no respetan las reglas generales de la votación.

Vamos computando en el pizarrón los votos para cada partido. Una vez finalizado el conteo, llega el momento de llenar las actas. La parte más difícil la tiene el presidente y su suplente, quienes deben llenar más de una planilla. Festejo el hecho de ser sólo un fiscal partidario. Hecho el papelerío, llamamos a la gente del correo, quienes observan el cierre de la urna, en donde se habían depositado nuevamente los sobres abiertos.

Felicito al presidente, al suplente, a un fiscal y me voy a casa, feliz.