La promesa de la saciedad de nuestros deseos nos apura.
Para alcanzar la virtud en nuestra época se debe renunciar a toda oferta.
Porque uno sale a la calle y es interpelado, interrogado, afirmado, cuestionado por las publicidades en radio, TV, diarios e Internet.
Interrogados a comprar y satisfacernos.
Cada vez más fácil, cada vez más barato, cada vez más rápido.
Casi no se deja crecer al deseo.
Mejor, el deseo por algo no ha crecido aún, no se nos ha manifestado aún, y ya tenemos frente a nuestras narices, ojos, oídos y culos, la oferta de satisfacción.
¿Y qué pasa si no queremos satisfacernos? O al menos en el corto y mediano plazo ? Qué sucede si contestamos: prefiero esperar.
Yo paso.
Romántico ? Moderno ? Ingenuo ? No lo sé.
Tal vez, lo que pretendo es poder saber qué es lo que quiero antes que me ofrezcan mil opciones, fáciles, económicas para alcanzar lo que podría gustarme, podría interesarme, podría serme útil.
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